15 de marzo de 2007

Volpi, un pintor clave del modernismo brasilero

Publicado en la ed. impresa: Cultura-Jueves 15 de marzo de 2007-Noticias Cultura Nota
Se exhiben por primera vez en la Argentina ochenta obras del artista autodidacta

"Uno pone el primer color. Mira. Pone el segundo. Mira otra vez. Si está bien, uno lo ve. Si está equivocado, uno también lo ve, lo borra y empieza otra vez." Eso es lo más cerca que alguna vez estuvo el artista brasileño Alfredo Volpi de teorizar sobre su pintura, a la vez intuitiva y racional, constructiva y lírica, reticente a toda inclusión en un estilo.

Con una retrospectiva de más de 80 obras de este artista clave de la modernidad brasileña, que se inaugurará hoy y abrirá al público mañana, el Malba comenzará su calendario 2007 de exposiciones. Organizada por el Museo de Arte Moderno de San Pablo, es la primera muestra individual de Volpi que llega a la Argentina, y se podrá visitar hasta el 28 de mayo.

Se trata de un recorrido por el camino estético de un artista profundamente original, que se resistió siempre a encasillar su obra en un estilo o una escuela, que fue y vino de la figuración a la abstracción sin pruritos ni teorías, y que puso en el color y en la composición la preocupación a la que fue fiel durante toda su vida.

"Volpi fue original. Tuvo que serlo. El modernismo brasileño fue el producto de una elite intelectual y financiera a la que, por su condición humilde, no pertenecía. No tuvo información sobre lo que sucedía en Europa, así que hizo un camino personal, que no partió de nadie", dice a LA NACION Olívio Tavares de Araújo, curador de la exposición, estudioso de Volpi y entusiasta de su obra, mientras en las salas se termina de ajustar la iluminación, que va descubriendo los colores vibrantes de las telas. Tavares matiza las explicaciones con anécdotas personales del pintor, a quien conoció y con quien compartió horas en su taller.

Volpi nació en 1896 en Italia y emigró tempranamente a Brasil. De origen humilde, tuvo poca escolaridad formal. Fue obrero y decorador de paredes y nunca dejó de considerarse un artesano. Realizó su obra más significativa en témpera, cortando él mismo los marcos y preparando los pigmentos antes de sumergirse en "resolver", como decía, una pintura.

Recorrido estético

Si Volpi no teorizó sobre su obra, conviene no hacerlo al mirarla y dejarse sorprender. La muestra recibe al visitante con tres de las obras más tardías y reconocibles de Volpi, con los colores vibrantes que se volvieron más activos con la edad y el trabajo.

Volpi no fue un talento precoz. Realizó su primera muestra individual en 1944, a los 50 años, en la que vendió todas sus obras. La exposición se inicia con sus obras figurativas tempranas, de los inicios de la década del 40, pequeños paisajes donde hay una impronta de expresión personal más que de representación naturalista, que no abandonará nunca. La figura humana estará ausente de sus preocupaciones.

Hay paisajes marinos de la ciudad de Itanhaém, en San Pablo, y caseríos y fachadas de época, donde se advierte el periplo que lo llevará a las formas geométricas. Sus fachadas y banderitas de a poco perderán su carácter figurativo para volverse formas que repetirá en sus composiciones.

Hay también cuadros de su período concreto, en los 50 -muy breve, pero casi el único rescatado en la Argentina como influyente-, que Tavares se niega a considerar como tal. "Volpi no es un pintor concreto. Siempre se nota la pintura y la pincelada, se resiste a la prolijidad del concretismo", comenta.

Siguen sus composiciones abstractas que tienen como tema el mar, en el cual las formas sugieren espacios, barcos y velas. Y hay también una serie de sus Madonnas, fruto de su único viaje a Europa, en 1950, en el que se declaró impactado por Giotto. Las últimas obras son las más difundidas: sus series de banderitas que le sirven como elementos pictóricos para ensayar sus dotes de colorista, que producen tanto efectos ópticos como táctiles en los cuadros. Artista disciplinado y prolífico, se han catalogado 2300 obras de su autoría y se calcula que hay unas 700 más.

Aunque en 1954 recibió el Premio de Mejor Pintor Nacional en la segunda Bienal de San Pablo -compartido con Di Cavalcanti, quien nunca perdonó el episodio-, el reconocimiento para Volpi llegó en la década del 70. Murió en 1988, en San Pablo, en la misma casa en la que vivió toda su vida, con su rutina inamovible de pintar sólo con luz natural, hasta las cinco de la tarde.

"Lo que me gusta de Volpi es que da placer verlo", dice Tavares. "Y esa es una de las funciones principales de la pintura, ¿no?"

Por Raquel San Martín
De la Redacción de LA NACION

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