16 de agosto de 2005

El señor del Tiempo

La semana pasada el señor del Tiempo, nombre: Señor / apellido: Tiempo, me ha invitado a disfrutar de una bella cena a la luz de las lunas de la sapiencia. Por no contradecirle intenté, vale la pena el verbo, escabullirme inventando un resfrío carente de toda verosimilitud. Pues bien, allí me encontraba, atontado por la eternidad circundante que todo lo puede, que todo lo asemeja, y tratando llevar una apolítica conversación con el Sr. Tiempo. Deduzco que hemos estado charlando al menos una o dos eternidades, cuando de improvisto una estrella fugaz, de esas que llevan bermellón en la boca y delineador, violó el espacio eterno con su fuga. Acto seguido, mi compañero, totalmente malhumorado por culpa del imprevisto, tomó el viejo bichero y salió en persecusión de tan bella dama. No se asusten, puesto que de ninguna manera era su intención lastimarla, simplemente pretendía, como cualquier hábil pescador que sabe que la presa no vale la pena, atraparla y devolverla al espacio humano; aduciendo que allí, se encontrará "a salvo de cualquier detenimiento".
Debo admitir que se sorprendió sobremanera la certeza y la dulzura con que el Tiempo tomó aquella estrella. Rodeándola en sus enormes manos la acercó a su rostro y la besó. Poco después el silencio se hizo trizas y el frío mármol de la eternidad volviose brisa de primavera.

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