17 de enero de 2008

El fantasma de Canterville en el Lola Membrives

Un fantasma escurridizo en el Lola Membrives


UN ligero viento primaveral sopla en las puertas del Lola Membrives mientras una larga lista de cholulos se sacan fotos con Liz Solari, Teresa Calandra y ¡¿el hijo de Teresa?! (Parece ser que el mocete está haciendo sus primeros pinitos en la TV y no le viene nada mal un recuadrito para la Caras, Para Ti o Gente con la nueva muñeca de Tinelli) Pero no me preocupo por ellos, se los ve muy a gusto entre flashes, risitas y besitos tirados al aire.

Prendí un pucho y esperé. A los pocos minutos la corta cola de entrada comenzó a galopar hacia adentro. Otra vez: famosos, o quienes quieren serlo, pero esta vez tomando champán como si fuera la última vez que lo probaran en sus vidas. Otra vez: flashes, risitas y besitos y yo esperando que alguien me dijera dónde demonios estaban mis asientos. Giré la cabeza, un cartel con muy pocas ganas rezaba P U L L M A N en voz baja. Subí la escalera, una interminable escalera que terminó en la cara de bobo del acomodador que me ofrecía un programa a la vez que estiraba la mano en busca de su recompensa. Hice caso omiso a su gesto y subí al tanteo y pegado como salamandra a la única pared que se me ofrecía. Entre docenas de pies desnudos, piernas y zapatos encontré por fin mi banquillo de espectador. Pese a estar al lado del aire acondicionado, estoy seguro que él, sufría de asma crónica. Ni un pequeño desliz de aire fresco se coló por la abarrotada sala.

A lo lejos, unas butacas más abajo, una madre divorciada y con complejo de culpa arrastraba a su madre y a su retoño por entre el mar de piernas y pies y zapatos.

Al principio comenzó la obra. Cibrián cantó y hasta se permitió unas simpáticas morisquetas. Malher, como siempre con su sonrisa pegada a la boca, blandió la batuta y los ángeles con violines, violas, contrabajos y percusión bajaron del cielo.

Lo que pasó a partir de ese momento es otra historia…

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